viernes, 3 de noviembre de 2017




At Play in the fields of the Lord
Por: Raúl Olmedo 

Crecí parejo como  un cielo
lleno de objetos
que brillaban como el sol 
como vivir frente a un espejo
y no saberlo hasta tocarlo
y verme yo
y todo crece en cada libro
en cada cinta, en cada cuento
en cada vista alrededor
y es doloroso aprender a vivir
todo profana la atención vital
hay tantas luces en la sala
tanta gente que nos llama
que no se oye nada
que no se oye nada.

“Y el azar se le iba enredando, poderoso, invencible”


Crecemos dentro de los confines de lo nuestro, el barrio, la comunidad, el parque, la iglesia. Dibujados con todas esas líneas, algunas se les llama imaginarias, otras se entienden facilmente simbólicas, lineas que ciñen lo real del cuerpo libidinal y le sostienen en el rio bravo de las pulsiones, la amazonia de las pulsiones y su sinuoso caudal.

Los bloques representativos del cuerpo libidinal se mueven solidarios o se disocian entre si, por eso la danza es metáfora en el cuerpo del cuerpo mismo, cada pueblo sus cantos y sus bailes, aunque sea la danza solo sostenerse de las manos mientras se intenta hacer de la voz propia una sola con la voz ajena, o se libere al frenesí de devenir fiera, viento, espíritu, visión con la ayuda de alguna droga. Una y otra vez, el tema humano vuelve a su base más primigenia, qué hacer con los cuerpos y el real que en estos insiste.

El mito del objeto perdido, extraviado y hayados sus sustitutos en las cadenas de la demanda se engrosan tanto a veces que perdemos de vista esta verdad. Hay discursos que reconocen al cuerpo libidinal y vibran en cobijarlo, otros se edifican sobre su negación, algunos transitan, coletean, hacen virajes sintiendo el impetú de su propia densidad en movimiento.

De los virajes más fuertes en la vida de un ser, me limitaría a decir humano, pero creo que sería vulgar atropocentrismo, es el cambio del medio en que se han procurado sus satisfacciones. Se sabe, por ejemplo que los extranjeros en México se enferman del sistema digestivo la primera semana de haber llegado, los locales le llaman con orgullo “la venganza de Moctezuma”, no vale la pena resistirse a la trampa, sería más triste impedirse ser seducido por los deleites culinarios.

Algunos viajan por necesidad, otros por deseo, otros por un digamos, llamado. De cualquie modo, el viajero. Al modo de la salida de la fascinación, como la describe Hegel, es la necesidad, el deseo, la insatisfacción, algo, hace salir de ese espacio seguro y confinado en que se es en indiferencia del resto del mundo que insiste pero no se le mira, se sale un día del propio país, de la propia comunidad. Como una carta al encuentro con su destino.

Encontrarse con la profunda diferencia que aporta lo real, ya sea por azar, ya sea por imposibilidad, ya sea por la mera presencia de los pequeños otros, pone en la palestra las preguntas sobre el destinatario y el destinador y con esto el cuerpo libidinal entero es puesto a prueba en sus bordes. “Es doloroso aprender a vivir, hay tantas luces en la sala, tanta gente que nos llama”.

Pérdidas y ganancias, desbordamientos y hemorragias. Suceden cosas y estas reciben nombres, o escapan a estos. Los significantes se tensan distintos en distintas latitudes y épocas, nuestras cartas están en “sufrance”. En cada nuevo lugar hemos de descubir como el deseo del Otro de nuestra particular historia emite sus propias reveberancias entre las convocatorias actuales, cuales fronteras se conviene cruzar? cuales deben ser respetadas?

¿Como saber? ¿Nos confiamos al Padre, al Otro?. No, reconocida la barra en el Otro, la impotencia de lo simbólico ante los límites de lo real como imposible se aflojan las ilusiones de dominio y se actualiza la propia indefensión, por eso los indefensos conmueven. Resta remitirnos al saber a sabiendas de su incompletud, es imposible el todo saber aun si la eterna repetición es tal, porque nada podría dejarnos en enseñanza pues no hay referente que a ella escape. Nos queda la historia, el relato, el arte, el edificio de la ciencia y sus paradigmas, como gran herencia de occidente.

El discurso de la razón debe volver una y otra vez sobre sí, en respeto del real que le confronta, es arduo, es trabajoso, es lento. La crítica es una de las vías propuestas para sostener la vida y no pasar al acto, digamos, colectivamente y volver a la barbarie. "Nada es más peligroso que una idea cuando no se tiene más que una" dice Emile Chartier y Kant nos llama desde “las luces” en qué es el Aufklärung a la reserva en el actuar pese a la presión de las pasiones en el discurso.



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