Prólogo a la película: Captain Fantastic
Por: Kira Schroeder
Del poeta costarricense Jorge Debravo
Geografía del lápiz
Este cilindro es pequeño y torpe.
Está hecho de madera y de grafito.
Se llama Lápiz.
Con él se escriben notas.
Algunas veces se hacen dibujos
y se escriben versos.
Entonces se vuelven deliciosos
y toman un olor a luna llena.
Los lápices se mueven solos
cuando los usan los espiritistas.
Yo los he visto agitarse como si tuvieran miedo
y escribir líneas macabras
en el fondo siniestro de la noche.
Este es un lápiz ignorado, anónimo.
Lo compré en la tienda de Don Pedro.
Está aprendiendo a penas
el arte de sollozar.
(Debravo, Jorge. 1977. VORTICES. Editorial Costa
Rica. San José)
No hay nacimiento posible, más que ser
parido por y en el deseo del Otro.
No hay entrada a este mundo sin un regalo
que venga de alguien, que escoge, no sabe muy bien cómo o porqué un obsequio,
una palabra, un nombre, que trae dentro de su envoltura un llamado a la vida.
No hay mirada materna y paterna que no
contenga una seducción, una invitación a advenir los ideales que en ese mirar
se destilan como gotas de lo inconsciente.
En otras palabras, no hay humanización
posible si no es a través del discurso del amo, el cual no es sin la violencia
de ser colonizado por los significantes de un otro que no sabe muy bien lo que
dice, porque no hay al final, quién lo sepa.
Pero no-todo-colonizado al fin gracias a
las venturas de la vacuidad del significante, pero sí ontologizado en los
restos de los intentos fallidos de la representación, desde donde el deseo
ejerce su recia resistencia.
Entre uno y el otro sólo se caminan bordes
inexactos, fronteras desdibujadas, pasiones sin autores claros. Quién se es entonces,
si no extravío en esos caminos sin patria?
De perdernos en el otro sólo nos salva una
metáfora, por eso los tan buscados orígenes de los ríos de cordura o locura que
nos recorren son más fácilmente encontrados en novelas y poemarios que en
laboratorios y genogramas.
Como los mojones artificialmente colocados
por los humanos para marcar los límites entre dos expansiones de tierra, o más
exactamente como las coordenadas dibujadas imaginariamente sobre el océano para
marcar los límites entre el mar territorial y el internacional; así la metáfora
que marca las líneas entre el yo y el no-yo o entre el sujeto y el otro sufren
las embestidas de los tiempos y las contingencias.
Es parte del hermoso y trabajoso quehacer
de la vida entonces reescribir esa metáfora que hace litoral, creando nuevos
poemas que se alimentan de los avatares azarosos de la intempestiva existencia.
Aquella que no es más que la historia de nuestros deseos, de nuestros amores y
nuestros goces navegando las aguas de un mundo que las palabras nos va dando a
conocer en pinceladas inexactas como los trazos en el lienzo de Van Gogh.
Así, no hay forma de escondernos de los
discursos de nuestra época, hasta en el resistirlos los habitamos. Nos intentamos
refugiar a ratos en la playa o la montaña, dentro de las cobijas y los sueños,
o nos envolvemos con una frazada de cinismo y amargura. Pero lo cierto es que
los discursos que recorren un tiempo son tan penetrantes e invisibles como el
viento, que pasa y nos recorre sin permiso ni recato, y aunque cerremos todas
las puertas de la casa, lo percibiremos en el sonido del menearse de los
árboles, y en el polvo que entra por las hendijas imperceptibles de la casa y
el ser.
Pues sí, sólo nos queda la resistencia, y
la libertad reside en inventarse formas ojalá alegres y subversivas para
sostener la subjetividad y la creatividad como molinos de viento que resisten
las ráfagas inclementes, al mismo tiempo que extraen fuerzas de sus embates. Y…
¿qué de esta resistencia se puede transmitir a los hijos e hijas?
A propósito de esa pregunta, les comparto
un pedazo de una carta que le escribe Freud a Jung, relación enmarcada por
ellos mismos en el vínculo padre-hijo,
“Querido Colega:
Aquí estoy sentado, tratando de imaginarle en
Amsterdam, poco antes o quizá momentos después de su inflamable conferencia,
ocupado activamente en defender el psicoanálisis, y casi me parece un acto de
cobardía estar mientras tanto buscando setas en los bosques o bañándome en un
pacífico lago de Carinthia en lugar de representar personalmente mi causa o, al
menos, de respaldarle con mi presencia. Para mi paz mental, me digo que mi
ausencia es mejor para el psicoanálisis, que usted podrá librarse de parte de
la oposición que hubiera suscitado yo, que mi repetición de los argumentos de
siempre sería inútil y que usted está mejor dotado para el papel de
propagandista, pues yo he podido observar invariablemente que existe algo en mi
personalidad, en mis palabras e ideas que parece extraño a la gente, mientras
que todos los corazones se abren para usted.” (Freud, Sigmund. 1963. Madrid.
Biblioteca Nueva. p.287)
Pienso que en esa relación de Freud y Jung
no hubo posibilidad de transmisión de la resistencia que hacía Freud a los
discursos de su época desde el psicoanálisis que estaba conceptualizando.
Colocarse como padre o madre implica
necesariamente colocarse en el lugar del amo y asumir un saber sobre el infante,
y ejercer un poder sobre su cuerpo, y también localizar un límite a ese
saber-poder que ya dijimos que no es más que una metáfora. Metáfora que acarrea
en sí, no poca cosa, sostiene una ley que abre la posibilidad a una
subjetividad deseante, carga tan valiosa como frágil e inestable como todo lo
humano.
Ese poder-saber está justamente tejido por
los ideales heredados de otras generaciones y los de invención propia, también
está hecho de los molinos de viento que se construyeron para jugársela en la
corta expansión de tiempo en el que el cuerpo se erige para sentir los vientos
que golpean y acarician la cara.
Pero todo poder-saber tiene que encontrar
su límite hecho de palabras portadoras de ley. Y cuando la vida arremete
inesperada contra la metáfora que hasta hace poco se creía que funcionaba más o
menos bien, el otro-semejante aparece como recurso para proveer de las maneras
más torpes y hasta hermosas los topes que recuerdan al sujeto su capacidad
poética, y la urgencia de escribir nuevas metáforas que tracen un borde, para
encontrar los límites de su poder-saber sobre aquellos a los que llaman hijos.
Ya verán, de eso se trata esta película,
de la subjetividad que tiene alma de poeta, y se afana en decir escasa e
inacabadamente quién se es frente el otro.
Termino con unas palabras de Helí Morales:
"Dicho con otras palabras que vienen de otras palabras: cuando se
desdibuja las líneas de la mano, las estrellas pierden su bóveda, el brillo del
horror mitológico y los ojos se empapan de neblina morada, surge el terror pero
también el poeta. El poeta es el ciego que escribe con la memoria. Cuando un
hombre solo con sus nombres defiende un templo que los dioses no protegerán,
calla el mar pero surge el poema, oscuro, denso, inútil; terrible" (Morales,
Helí. 2015. Psicoanálisis con arte. Ediciones del deseo. México.)
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