Milagros Jaime Arteaga
18 de abril del 2013
Siempre que la verdad está madura,
despiadado el azar nos fiscaliza.
Menos mal que su voz es insegura:
“No hay fénix”, dice. “Sólo habrá
ceniza”.
(Mario Benedetti)
Cuando vi esta película por primera vez
pensaba en la razón del título: “Cenizas del paraíso”… sugiere que se trata de los
restos, o de lo que queda después de la destrucción de algo que seguramente fue
bueno, casi perfecto o feliz, pero que ya no está y no puede volver, aunque las
mismas cenizas sean la única evidencia de que ahí algo existió. De hecho, la
temporalidad y los cortes que van construyendo la película, diría que muestran al
inicio las cenizas, o las ruinas, el grito: Papá! y unos se pregunta ¿qué pasó
ahí? ¿Cómo se llegó a eso?
Cenizas
del paraíso sería lo que queda de
aquello que fue un paraíso, aunque sabemos efectivamente que el paraíso es siempre
y fundamentalmente perdido, aquello que fue y ya no será: como la infancia
añorada, o lo que uno creía tener, ignorando una verdad…
¿De qué paraíso son las cenizas en esta
película? Tal vez de un momento de plenitud en el amor, de la felicidad
compartida, o incluso de lo que se hace por amor al padre… y ya que estamos en
el ciclo de “versiones del padre”, sigo por esta vía.
Y subrayo que “versiones del padre” se refiere al padre, y sus versiones. Es decir, a
las diferentes modalidades, o diferentes ocurrencias de una única función.
Entonces, aunque la trama presenta
centralmente a dos padres, propongo para acompañar la película, algunas
puntuaciones desde el psicoanálisis, no sobre los padres, sino sobre el
padre, para pensar desde ahí en sus versiones.
Sabemos que la pregunta por el padre y
sus efectos en la subjetividad está presente a lo largo de las producciones teóricas
del psicoanálisis, y que la vertiente del amor hacia el padre la podemos
encontrar en los historiales clínicos más conocidos de Freud (desde el caso Juanito
hasta Schreber).
Es un tema que insiste, porque a pesar
de todo lo que se pueda decir sobre el padre, siempre quedará algo
indescifrable, algo que no es posible abarcar con una definición. A la pregunta
¿qué es un padre? no se puede responder con un listado de atributos, o con una
caracterización.
En primera instancia, diré que para
cada uno el padre real (el de carne
y hueso) encarna el lugar de la excepción, de una diferencia originaria en
la vida, que anuda y afecta nuestra existencia. Aunque sobre ese efecto del
padre en la vida de cada quien, es imposible decir que es el mismo o igual para
todos.
Lacan plantea que “lo mejor que puede
hacer un padre por sus hijos es permitirles hacer un síntoma con él”, inventar
una forma para orientarse en el mundo, en el deseo y el amor. Es decir, poder arreglárselas
en la vida y sus eventualidades.
En la película vemos dos padres muy diferentes, enredados en
la trama de sus hijos:
El juez Costa Makantasis, de origen griego. Padre de 3 hijos varones, con
quienes comparte y disfruta, con una presencia importante en sus vidas, aunque
no viva con ellos. Sobre él corren rumores de que extorsiona. Sin embargo,
Makantasis mantiene su vida profesional, y sobre todo su vida amorosa, al
margen de la relación con sus hijos.
Uno de ellos intenta evidenciar otra
dimensión, la del padre en tanto hombre, la de sus pasiones, pero Makantasis insiste
en mantener esta faceta enigmática:
“No te parece que a los 62 años ya podrías traer la novia a
la casa, y presentársela a tus hijos”
Pero él le
responde:“ No te metas conmigo, que yo soy tu padre y no tu hijo”.
Por otro lado, el poderoso empresario
Francisco Muro, implicado en casos de corrupción, es el padre de Ana, a quien
siempre nombra como “mi Ana”, y además
entabla una relación amorosa con la mejor amiga de ella que llega de visita a
la casa. Ante la insistencia del padre por retenerla con él, Ana le reclama: “Yo no soy tu nena, papito. La que duerme
con vos es tu nena”.
Ambos padres mantienen sus
“pecados” profesionales al margen de la
relación con sus hijos, “un hijo no tiene que saber lo que hace el padre” dice
Makantasis, para protegerlos de lo que hacen, pero también para proteger una
imagen para sus hijos.
Un padre que extorsiona o un padre
corrupto ¿es peor padre o menos padre para un hijo? ¿Lo que hace el padre y el
hijo desconoce, puede transcurrir sin consecuencias? Sabemos que en cuanto a su
función, ningún padre está a la altura (nadie lo ha sido nunca por entero,
parafraseando a Lacan), pero frente a sus pecados, a sus fallas y sus caídas,
sobrevive el amor. Porque aunque la función no pueda sostenerse por entero, es
indispensable para el destino del sujeto. La función se cumple, a pesar de las
fallas, y gracias a ellas.
Otra vertiente es la del padre donador
de vida, el padre como nombre que nombra. Se trata de la dimensión del
padre que inscribe la cadena generacional y la deuda genealógica. El padre que sostiene
la tradición y convoca al amor filial, el amor que se dirige a ese que
suponemos podría darnos la clave de lo que somos y de dónde venimos, aquel que nos
ofrece una respuesta posible a nuestra pregunta por el ser.
Hay
un poema de Jorge Luis Borges que expresa esto de una manera hermosa, se llama
justamente Poema al hijo:
No soy yo
quien te engendra. Son los muertos.
Son mi
padre, su padre y sus mayores,
Son los
que un largo dédalo de amores
Trazaron
desde Adán y los desiertos
De Caín y
de Abel, en una aurora
Tan
antigua que ya es mitología,
Y llegan,
sangre y médula, a este día
Del porvenir,
en que te engendro ahora.
Siento su
multitud. Somos nosotros y,
Entre
nosotros, tú y los venideros
En la película, Makantasis, padre que
que sostiene y transmite las tradiciones griegas, se enfrenta a Francisco Muro,
orgulloso de su origen romano. Makantasis propone no mezclar a sus hijos en sus
asuntos, Muro reclama a su Ana. Ambos elevan el valor de su filiación como armas
de defensa:
Muro: Usted y yo
venimos de 2 imperios que crearon la civilización.
Makantasis: Los
Griegos crearon, los Romanos imitaron….
Muro: Los griegos ni
siquiera tuvieron decadencia, simplemente se cayeron como un fruto prohibido…
Cierro
con una vita de Eric Laurent: “El lugar del padre es el de un residuo que, como
nombre, recubre este imposible. Ser padre no es una norma sino un acto que
tiene consecuencias, consecuencias positivas y consecuencias nefastas. La
filiación contemporánea reenvía más allá de las normas aquel deseo
particularizado del cual el niño es el producto. El padre contemporáneo es un
residuo y un nombre que continúa inconmensurablemente como apuesta pasional.”[1].
El lugar del padre no está dado por sí, el padre se construye en acto.
[1] Eric Laurent “Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño”
Psicoanálisis con niños y adolescentes. Lo que aporta la enseñanza de J.Lacan.
Departamento Pequeño Hans. Grama Ediciones página 48