martes, 6 de octubre de 2015

Flashback: 2013: Cenizas del Paraíso del director Marcelo Piñeyro

Milagros Jaime Arteaga
18 de abril del 2013


Siempre que la verdad está madura,
despiadado el azar nos fiscaliza.
Menos mal que su voz es insegura:
“No hay fénix”, dice. “Sólo habrá ceniza”.
(Mario Benedetti)


Cuando vi esta película por primera vez pensaba en la razón del título: “Cenizas del paraíso”… sugiere que se trata de los restos, o de lo que queda después de la destrucción de algo que seguramente fue bueno, casi perfecto o feliz, pero que ya no está y no puede volver, aunque las mismas cenizas sean la única evidencia de que ahí algo existió. De hecho, la temporalidad y los cortes que van construyendo la película, diría que muestran al inicio las cenizas, o las ruinas, el grito: Papá! y unos se pregunta ¿qué pasó ahí? ¿Cómo se llegó a eso?

Cenizas del paraíso sería lo que queda de aquello que fue un paraíso, aunque sabemos efectivamente que el paraíso es siempre y fundamentalmente perdido, aquello que fue y ya no será: como la infancia añorada, o lo que uno creía tener, ignorando una verdad…

¿De qué paraíso son las cenizas en esta película? Tal vez de un momento de plenitud en el amor, de la felicidad compartida, o incluso de lo que se hace por amor al padre… y ya que estamos en el ciclo de “versiones del padre”, sigo por esta vía.

Y subrayo que “versiones del padre” se refiere al padre, y sus versiones. Es decir, a las diferentes modalidades, o diferentes ocurrencias de una única función.

Entonces, aunque la trama presenta centralmente a dos padres, propongo para acompañar la película, algunas puntuaciones desde el psicoanálisis, no sobre los padres, sino sobre el padre, para pensar desde ahí en sus versiones.

Sabemos que la pregunta por el padre y sus efectos en la subjetividad está presente a lo largo de las producciones teóricas del psicoanálisis, y que la vertiente del amor hacia el padre la podemos encontrar en los historiales clínicos más conocidos de Freud (desde el caso Juanito hasta Schreber).
Es un tema que insiste, porque a pesar de todo lo que se pueda decir sobre el padre, siempre quedará algo indescifrable, algo que no es posible abarcar con una definición. A la pregunta ¿qué es un padre? no se puede responder con un listado de atributos, o con una caracterización.

En primera instancia, diré que para cada uno el padre real (el de carne y hueso) encarna el lugar de la excepción, de una diferencia originaria en la vida, que anuda y afecta nuestra existencia. Aunque sobre ese efecto del padre en la vida de cada quien, es imposible decir que es el mismo o igual para todos.

Lacan plantea que “lo mejor que puede hacer un padre por sus hijos es permitirles hacer un síntoma con él”, inventar una forma para orientarse en el mundo, en el deseo y el amor. Es decir, poder arreglárselas en la vida y sus eventualidades.

En la película vemos dos padres muy diferentes, enredados en la trama de sus hijos:

El juez Costa Makantasis, de origen griego. Padre de 3 hijos varones, con quienes comparte y disfruta, con una presencia importante en sus vidas, aunque no viva con ellos. Sobre él corren rumores de que extorsiona. Sin embargo, Makantasis mantiene su vida profesional, y sobre todo su vida amorosa, al margen de la relación con sus hijos.

Uno de ellos intenta evidenciar otra dimensión, la del padre en tanto hombre, la de sus pasiones, pero Makantasis insiste en mantener esta faceta enigmática:
No te parece que a los 62 años ya podrías traer la novia a la casa, y presentársela a tus hijos
Pero él le responde: No te metas conmigo, que yo soy tu padre y no tu hijo”.

Por otro lado, el poderoso empresario Francisco Muro, implicado en casos de corrupción, es el padre de Ana, a quien siempre nombra como “mi Ana”, y además entabla una relación amorosa con la mejor amiga de ella que llega de visita a la casa. Ante la insistencia del padre por retenerla con él, Ana le reclama: “Yo no soy tu nena, papito. La que duerme con vos es tu nena”.

Ambos padres mantienen sus “pecados”  profesionales al margen de la relación con sus hijos, “un hijo no tiene que saber lo que hace el padre” dice Makantasis, para protegerlos de lo que hacen, pero también para proteger una imagen para sus hijos.
Un padre que extorsiona o un padre corrupto ¿es peor padre o menos padre para un hijo? ¿Lo que hace el padre y el hijo desconoce, puede transcurrir sin consecuencias? Sabemos que en cuanto a su función, ningún padre está a la altura (nadie lo ha sido nunca por entero, parafraseando a Lacan), pero frente a sus pecados, a sus fallas y sus caídas, sobrevive el amor. Porque aunque la función no pueda sostenerse por entero, es indispensable para el destino del sujeto. La función se cumple, a pesar de las fallas, y gracias a ellas.

Otra vertiente es la del padre donador de vida, el padre como nombre que nombra. Se trata de la dimensión del padre que inscribe la cadena generacional y la deuda genealógica. El padre que sostiene la tradición y convoca al amor filial, el amor que se dirige a ese que suponemos podría darnos la clave de lo que somos y de dónde venimos, aquel que nos ofrece una respuesta posible a nuestra pregunta por el ser.

Hay un poema de Jorge Luis Borges que expresa esto de una manera hermosa, se llama justamente Poema al hijo:

No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores,
Son los que un largo dédalo de amores
Trazaron desde Adán y los desiertos
De Caín y de Abel, en una aurora
Tan antigua que ya es mitología,
Y llegan, sangre y médula, a este día
Del porvenir, en que te engendro ahora.
Siento su multitud. Somos nosotros y,
Entre nosotros, tú y los venideros

En la película, Makantasis, padre que que sostiene y transmite las tradiciones griegas, se enfrenta a Francisco Muro, orgulloso de su origen romano. Makantasis propone no mezclar a sus hijos en sus asuntos, Muro reclama a su Ana. Ambos elevan el valor de su filiación como armas de defensa:

Muro: Usted y yo venimos de 2 imperios que crearon la civilización.
Makantasis: Los Griegos crearon, los Romanos imitaron….
Muro: Los griegos ni siquiera tuvieron decadencia, simplemente se cayeron como un fruto prohibido…

Cierro con una vita de Eric Laurent: “El lugar del padre es el de un residuo que, como nombre, recubre este imposible. Ser padre no es una norma sino un acto que tiene consecuencias, consecuencias positivas y consecuencias nefastas. La filiación contemporánea reenvía más allá de las normas aquel deseo particularizado del cual el niño es el producto. El padre contemporáneo es un residuo y un nombre que continúa inconmensurablemente como apuesta pasional.”[1]. El lugar del padre no está dado por sí, el padre se construye en acto.



[1] Eric Laurent “Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño” Psicoanálisis con niños y adolescentes. Lo que aporta la enseñanza de J.Lacan. Departamento Pequeño Hans. Grama Ediciones página 48